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Una presa fácil <Libre>
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Una presa fácil <Libre>
Mis jefes, fueran quienes fuesen, me subestimaban. Eso era más que evidente. A mí, un demonio de casi 3000 años cuya representación en este mundo repleto de inmundicia era la mismísima muerte. ¿Y me mandaban asesinar a un simple chiquillo? ¿En qué posición quedaba entonces mi orgullo? Algún día mataría a esos cabrones con mis propias manos. Sí, siempre trabajaba para la misma gente, aunque jamás los había visto. Un buen día me había llegado un sobre con un buen fajo de billetes y una dirección. No hice preguntas, sólo actué, como suelo hacer. Y, desde aquel día, es siempre lo mismo. Sin avisar, sin un orden lógico o una periodicidad aceptable, llegaban a mi apartamento sobres con dinero, una dirección y un nombre, el nombre de mi siguiente víctima. Nunca me había interesado la procedencia de esos encargos, pero estaban empezando a tocarme las pelotas. Necesitaba acción.
Y allí estaba yo, en uno de tantos malditos callejones oscuros de la ciudad de Nueva York, cerca de Times Square, cubierto de sangre ajena y prácticamente sin despeinar. Bueno, eso es una mera forma de hablar, ya que mi aspecto me importaba más bien poco. Y, en el suelo, un maldito licántropo que no superaba la veintena de edad y probablemente ni tenía pelos en los huevos. Había sido sencillo, le había arrancado el corazón del pecho con mis propias manos sin tener que hacer demasiado esfuerzo. Y ni siquiera me había divertido ni un poquito. Así que me llevé la mano derecha a mi boca y probé la sangre de mi joven víctima. Apenas había rozado mis labios la sangre cuando la escupí. Sabía a perro, qué asco. Aun así, siempre me había gustado la sensación de estar cubierto de sangre, siempre y cuando no fuera la mía. Sinceramente, matar me la ponía dura, aunque eso no siempre era una ventaja, sobre todo si te encuentras en un callejón oscuro totalmente solo, únicamente acompañado por un cadáver sin corazón.
Y allí estaba yo, en uno de tantos malditos callejones oscuros de la ciudad de Nueva York, cerca de Times Square, cubierto de sangre ajena y prácticamente sin despeinar. Bueno, eso es una mera forma de hablar, ya que mi aspecto me importaba más bien poco. Y, en el suelo, un maldito licántropo que no superaba la veintena de edad y probablemente ni tenía pelos en los huevos. Había sido sencillo, le había arrancado el corazón del pecho con mis propias manos sin tener que hacer demasiado esfuerzo. Y ni siquiera me había divertido ni un poquito. Así que me llevé la mano derecha a mi boca y probé la sangre de mi joven víctima. Apenas había rozado mis labios la sangre cuando la escupí. Sabía a perro, qué asco. Aun así, siempre me había gustado la sensación de estar cubierto de sangre, siempre y cuando no fuera la mía. Sinceramente, matar me la ponía dura, aunque eso no siempre era una ventaja, sobre todo si te encuentras en un callejón oscuro totalmente solo, únicamente acompañado por un cadáver sin corazón.
Kenai Tarki
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